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El Lugar de la poesía

Aterrizar en Lisboa fue como llegar a Isla Negra. Dos años atrás había respirado el mismo aire que Pablo Neruda, y ahora estaba en la ciudad de Fernando Pessoa.

Arribé a la capital portuguesa en los comienzos de la primavera (europea) del 2000. Pero ya la conocía, de alguna manera, a través de los poemas de Pessoa, uno de mis escritores favoritos.

Apenas llegué me encontré con Renata, Samir y Ana, tres brasileros que me ayudaron a entender lo poco que no se les entiende a los portugueses, y con quienes compartí parte del viaje por algunas ciudades de Europa.

Y así empezó mi enamoramiento por Lisboa. Esta ciudad en la que Pessoa alguna vez escribió : “Otra vez vuelvo a verte -Lisboa y Tajo y todo-,/transeúnte inútil de ti y de mí,/extranjero aquí como en todas partes,/casual en la vida como en el alma,/fantasma errante por salas de recuerdos,/al ruido de los ratones y las maderas que crujen/en el castillo maldito de tener que vivir.”

El poeta que soñó a orillas del Tajo, que vivió todas las vidas que supo inventarse a través de la literatura ; que transmitió como pocos la angustia, la confusión y la lucidez al mismo tiempo, el dolor de su existencia. Muchas veces vuelven a mí algunos versos, que al leer por primera vez, y en cada lectura posterior, me conmovieron profundamente : “Ser poeta no es una ambición mía./Es mi manera de estar solo.” ; o “No soy nada./Nunca seré nada./No puedo querer ser nada./Fuera de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo.”

La vida fue para Pessoa un escenario difícil, en el que actuar se volvió un antídoto inevitable. Y por eso construyó para sí mismo varias máscaras, varios personajes a través de los cuales gritó sus verdades, sus sueños, contando un mundo poblado de silencios... “En el callejón que encontré no existe el número de la puerta que me dieron,/desperté en la misma vida en que me había dormido.”

Pessoa se inventó varios nombres, en realidad varios personajes, a través de los cuales escribió, asignándoles incluso una biografía propia : Alvaro de Campos (nació en Tavira en 1890, trabajó como ingeniero en Gran Bretaña, y murió en Lisboa, posiblemente en 1935), Alberto Caeiro (nació en Lisboa en 1889 y murió de Tuberculosis, en la misma ciudad, en 1915), Ricardo Reis (nació en Oporto en 1887, murió probablemente en Brasil en fecha desconocida) o Bernando Soares (empleado de una oficina contable).Todos son la voz de Pessoa, y ninguno la es. En ellos es posible encontrar la imagen del poeta, mirándose en un espejo, en un mar claro o en un río de aguas turbias ; es indiferente : siempre se divisa la imagen de Pessoa, más clara o más difusa, o difícil de reconocer a simple vista. “Tengo un mundo de amigos dentro de mí, con vidas propias, reales, definidas e imperfectas...” ; “Vivir es ser otro...” ; “Hace mucho tiempo que no soy yo...” ; indicios que nos permiten visualizar el desdoblamiento de una personalidad poco común.

Una de las características más admirables del escritor portugués, es esa virtud de transformar las afirmaciones en dudas, el grito en silencio, la caverna en mariposa, el ocaso en ternura. En otra palabras, el juego de las oposiciones siempre presente para conmover. “Mañana me sentaré al escritorio para conquistar el mundo ;/pero sólo conquistaré el mundo pasado mañana...” ; “siempre seré el que esperó que le abriesen la puerta ante una pared sin puerta...” ; “Entre la vida y yo hay un cristal tenue. Por más nítidamente que yo vea y comprenda la vida, no la puedo tocar... Mi vida es como si me golpeasen con ella...” ; “Soy todas las cosas, aunque no quiera, en el fondo confuso de mi sensibilidad fatal.”

Pessoa es en su país un poeta popular, como lo es Neruda en Chile. Ambos le cantaron incesantemente a sus tierras. Por eso, no es raro encontrar la imagen del poeta o sus versos en guías y folletos turísticos o en afiches callejeros. La poesía misma camina por las calles de Lisboa, es un hecho natural : “voy escribiendo mis versos sin querer,/como si escribir no estuviese hecho de gestos,/como si escribir no fuese algo que me ocurre/como que me dé el sol por fuera...”.

Lisboa... Uno puede recorrerla pero siempre quedarán rincones por descubrir. Cada espacio tiene una historia que contar, un misterio a punto de ser revelado. Lisboa, una ciudad rodeada de siete colinas, en la que pueden distinguirse varios sectores bien diferenciados. EL CHIADO, una de las zonas más pintorescas de la ciudad, que debe su nombre al adjetivo portugués que significa astuto o malicioso, en relación al poeta Antonio Ribeiro y el tabernero Gaspar Dias, quienes vivieron en ese sitio en el siglo XVI. En este barrio encontramos el Café “A Brasileira”, centro de reunión de los escritores de la ciudad. Este café, nacido en 1905, tiene su historia. Allí se reunían los integrantes del “Grupo de Orfeu”, al que perteneció Fernando Pessoa. Ello explica la escultura de bronce construida en la terraza del bar, y que representa la figura de Pessoa sentado en una mesa, con las piernas cruzadas. ALFAMA Y CASTELO constituyen también zonas típicas de la ciudad, imprescindibles de conocer si se desea tener un amplio panorama de la capital portuguesa. Atravesar las pequeñas calles, sin un trazado ordenado, subir las escalinatas, perderse en los laberintos, agotarse, es una experiencia que hay que cumplir para llegar a la parte más elevada de la ciudad. Recorrer las murallas del Castelo de Sao Jorge, de construcción árabe, desde donde es posible tener una visón panorámica de los distintos barrios de Lisboa, y del estuario del Tajo ; transitar por sus jardines poblados de turistas y viejos cañones...una visita obligada. Luego llegará el momento de seguir por las callecitas de piedra, subir, bajar, observar el paso de los tranvías, conocer la SE (Catedral) y la Iglesia de San Antonio. “¡Qué humano el timbre metálico de los tranvías ! ¡Qué paisaje alegre la lluvia simple en la calle resucitada del abismo !”. En el centro, la ciudad Baja, LA BAIXA, otra sector con encantos propios. Allí encontramos la Plaza del Comercio, la que todos los días transitaba Bernardo Soares-Fernando Pessoa, autor del “Libro del desasosiego”. Es el lugar donde se originó Lisboa, en el centro se encuentra el monumento ecuestre del Rey José. Detrás, el Arco de la Rua Augusta, donde se encuentra una representación de la coronación de la Gloria, junto a las Virtudes mayores : el Genio y el Coraje. Debajo, se visualizan las estatuas de Nuño Alvares Pereira, Vasco de Gama, Viriata y Pombal. También se puede admirar el Teatro Nacional de Doña María II, frente a la Plaza del Rossio, la plaza principal, con sus floristas y palomas. “Amo, en las lentas tardes del verano, el sosiego de la parte baja de la ciudad, y sobre todo ese sosiego que el contraste acentúa allí donde, durante el día, Lisboa se hunde en el bullicio...No hay entre mi persona y las calles que corren paralelas a la Aduana ninguna diferencia, salvo el hecho de que ellas son calles y yo un alma, lo que bien puede no significar nada a la luz de la esencia de las cosas...”. En la zona de BELEM hay construcciones impresionantes : el “Monumento a los Descubridores”, una inmensa nave que parece navegar sobre la orilla del Tajo, la “Torre de Belém”, símbolo de Lisboa, el “Monasterio de los Jerónimos”, donde descansan los restos de Pessoa, el “Museo Nacional de los Coches”... Y quedan tantos lugares por mencionar : el “Parque Eduardo VII”, el “Monumento al Marqués de Pombal” ; el “Elevador de Santa Justa”, construido por un discípulo de Eiffel . Un sitio al que no pude dejar de ir fue la casa de Fernando Pessoa, hoy convertida en museo, donde se exhiben sus clásicos lentes, una pipa y algunos originales de su obra que se encontraron en esa vivienda guardados en un viejo arcón. Palabras que nos inquietan, versos que nos conmueven : “Hasta mis ejércitos soñados fueron vencidos./Hasta mis sueños se sintieron falsos al ser soñados./Hasta la vida sólo deseo me harta -hasta esa vida...” ; “El corazón, si pudiese pensar, se detendría...” ; “Podemos morir con sólo amar...”.

Y llegó el día de partir hacia Madrid. Atrás quedaban los tranvías, la ropa colgada en los balcones, los aromas, el andar tranquilo, los colores del aire... Atrás quedaba la presencia de Pessoa en una ciudad antigua, por momentos triste, misteriosa, pintoresca, mágica, personal. Con varios rostros, como su poeta mayor.

“Un día me entró sueño como a un niño cualquiera./Cerré los ojos y dormí./Aparte de esto, fui el único poeta de la Naturaleza...”.

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