El futuro (Relato)
(Con audio al pie de página)
El primer gong anuncia el despertar. El segundo gong los pone en camino. El tercero es el comienzo de la jornada. No hay un cuarto gong, en su lugar un silbato agudo y perturbador los expulsa de nuevo a las recámaras hasta el día siguiente, hasta el primer gong, quizá el más reverberante, el más espeluznante de todos, porque es el que les recuerda que aún están vivos y deben pagar por ello.
Viven en largos pabellones en cuyo interior las recámaras se dividen entre sí por paneles metálicos. La privacidad mide dos metros por uno. Cada cinco habitaciones hay un baño, que no llega al metro cuadrado. El primer gong no solo reverbera, sino que hace vibrar los pabellones.
Se levantan en silencio, se colocan el mameluco morado y se alistan en los pasillos. Tienen quince minutos para ello. Luego aparecen los transportes, cientos de ellos, con su característico traquetear de motores y el sonido del diesel con sus olores.
El segundo gong pone en marcha los transportes hacia las puertas principales que llevan directamente a los autotúneles. Kilómetros y kilómetros de rutas protegidas del exterior, grandes gusanos de metal y hormigón surcando la superficie de un planeta que exhala sus últimos vestigios de vida.
Los transportes los van dejando en distintas ciudades fábricas. Estructuras dantescas que se elevan hacia alturas imposibles, con un ir y venir de maquinarias que corta la respiración. Ellos, los morados, son las principales herramientas. Y el tercer gong les indica que deben empezar sus tareas sin el menor descanso, con tan solo una parada para comer - comida autohidratante - y cinco minutos para sus necesidades en baños químicos ambulantes.
Los hombres pasan a formar parte de la mano laboral a los doce años. Las mujeres son llevadas a sitios similares a los catorce. Hasta entonces comparten establecimientos de formación. Allí, durante ocho años se les enseña lo que harán a lo largo de sus vidas. Para cuando se realice el salto, la rutina está tan arraigada que no existe otra perspectiva, otra alternativa de vida.
Al cumplir los treinta se les otorga un mes de licencia. No es un descanso, sino el momento de perpetuar la especie. Un mes junto a una mujer elegida al azar - un hombre elegido al azar en la óptica de la mujer - y la única misión de procrear.
Una vez que la mujer queda embarazada, el hombre vuelve a su rutina y la mujer pasa a otra dependencia, donde permanecerá hasta el día del parto, para luego ser devuelta a su pabellón.
No hay posibilidad de infertilidad, eso está manipulado genéticamente desde el nacimiento. Siempre en la unión de un hombre y una mujer habrá un niño. Y ese niño asegurará la continuidad de los morados.
Cada ciudad fábrica recibirá la misma logística. No habrá ninguna diferencia entre una y otra. Se producirá día a día, sin preocupaciones por sueldos, gremios, protestas, reclamos, aumentos, licencias ni vacaciones.
Tras un silencio, los aplausos llegaron de cada rincón del auditorio. En el estrado, el hombre - cerrando la carpeta que tenía delante de él sonrió. Podía percibir el éxito, saborear el futuro.
Una voz se alzó entre los rostros.
- Es perfecto, sinceramente pero me queda una duda... ¿cómo resolveremos el problema de la jubilación?
La sonrisa del hombre solitario al frente de auditorio se extendió de lado a lado.
- Eso no es problema para ustedes, nosotros les aseguramos la mano de obra a lo largo de la vida útil del individuo y cuando la misma expira, también nos encargamos de sacarlo de circulación.
- ¿Cuándo podrían comenzar a construirse estas ciudades fábricas? - preguntó otra persona, con cierta ansiedad en su tono.
- Ya hay varias construidas en zonas desérticas, que nosotros llamamos desprotegidas satelitalmente... es decir, áreas exclusivas para hacer lo que queramos. Solo necesitamos el dinero para financiar las maquinarias específicas de producción y los establecimientos de formación.
Otra persona levantó la mano, casi con timidez.
- Pregunte sin miedo, por favor - instó el hombre parado delante de todos.
- ¿Si la ONU o los gobiernos más poderosos se enteran de esto, qué haremos?
El hombre estalló en una gran carcajada.
- Mi amigo... - se secó las lágrimas que la risa le había sacado con un pañuelo de marca que extrajo de la parte superior del traje - ¿Quién cree que auspicia todo esto?
Las risas se extendieron por todo el auditorio.
El hombre lo sabía. El nuevo orden mundial estaba en movimiento. El futuro al fin estaba llegando.
Ernesto Parrilla
Locución: Facundo Peralta